Si algo he
buscado en este blog ha sido explicarme con la mayor simplicidad posible. Esta
vez a modo de excepción voy a valerme de dos latinajos:
“Homo sum,
humani nihil a me alienum puto.”
Hombre soy; nada
humano me es ajeno.
A lo que Unamuno
respondió:
“Homo
sum, nullum hominem a me alienum puto.”
Soy hombre, a
ningún otro hombre estimo extraño.
Nada humano me es
ajeno. Es esta una posibilidad inalcanzable sin el autoengaño, empatía absoluta que,
sin embargo, se vuelve más cercana con cada larp que pasa.
Cuando se
interpreta a un personaje, se viste su piel, adquirimos una cierta afinidad hacia aquellos con una realidad similar.
No seamos
absurdos, interpretar una experiencia no es lo mismo que vivirla y aún así...
Y aún así ese
constante ponernos en el lugar de otro, va realizando un lento cambio hasta que
casi podemos afirmar: Nada humano me es ajeno, a ningún otro hombre estimo
extraño.
Recientemente
tuvo lugar un larp en Suiza en el que durante unas horas políticos y delegados se pusieron
en el lugar de refugiados Sirios. En los comentarios pude leer: “Lo que nos faltaba,
que nuestros políticos sientan empatía por los refugiados”
¡Pues si!, la
empatía es algo muy necesario en un mundo empeñado en dividirnos en pequeños y
manejables grupos.
Pero esta
cercanía en la experiencia es necesaria no sólo con el que sufre, también con
el victorioso, con el que causa dolor, con el que tiene una vida anodina. En
definitiva con todo aquello que nos es ajeno. ¿De qué sirve esa conexión si va
dirigida siempre hacia un mismo sector a parte de para polarizarnos aún más?
Decir algo como:
Larper sum, humani nihil a me alienum puto. Es sin duda excesivo, presuntuoso y
pedante, pero eso no cambia que el larp sea, a veces por accidente, el camino
inconsciente hacia la empatía.